Friday, December 23, 2005

La horrorosa impresión, siempre, de estar viviendo en otra parte, al menos de no estar viviendo en esta parte. Como siempre, no se trata de una reflexión, no, es una preconstitución del estado de la afectividad, un presentimiento trascendental. Aquí, en este espacio reglado de simbolicidad ya establecida, siempre pasan cosas (pocas o muchas), nos pasan, pasamos por ellas, pero la vida está allá, lejos, en otra parte, en ninguna parte, en esa apertura del vivir a lo no vivido, en realidad, a lo no vivible. Pensarlo es domesticarlo, pero pensarlo es fingirlo, falsificarlo por tanto. En cuanto (pre)sentido, es indomable, ese vivir que acechamos, que tratamos de acorralar. Tenemos la impresión, a veces, de que podremos al fin amarrarlo con ambas manos (o lo que es lo mismo, con la Razón). No lo vemos, pero sentimos que está ahí, apenas; presos del delirio cerramos los ojos (¿puede acaso vivirse con los ojos? No, nunca), y, si el terror no hace del cuerpo morada, tratamos de prender… ¿qué? Nada. Estrictamente nada.

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