Sin miedo, sin esperanza.

Thursday, February 08, 2007

Cuenta Rilke a Lou Andreas Salome, en una carta:

"Hasta qué punto estaba entonces comprometido en cambiar, podía notarlo igualmente en el hecho de que incluso las cosas pasadas, cuando se me ocurría contar algo de ellas, me sorprendían por el modo en que reaparecían; si, por ejemplo, se trataba de épocas de las que a menudo había hablado anteriormente, hacía hincapié en aspectos inadvertidos o apenas conscientes, y cada cual adquiría, por decirlo con la inocencia de un paisaje, una visibilidad pura, una presencia, y me enriquecía, formaba parte de mí mismo, tanto y de tal modo que por primera vez me parecía ser dueño de mi vida, no por una adquisición, por una explotación, por una comprensión interpretativa de cosas caducas, sino por esta misma nueva veracidad que se esparcía también a través de mis recuerdos."

Y hay aquí toda una fenomenología de la conciencia; de la pesantez de la conciencia. En la simple vivencia presente no hay más que agobio y repetición. La conciencia del presente es presentimiento de lo que pasa sin ser visto. Es agobio de lo no-vivido en la vivencia. Presión infinita de lo que, invisible, deseamos sin poder alcanzar jamás.
Pero hay experiencias, aconteceres, que nos hacen sentir esa masa infinita, ese halo inaprehensible que rodea nuestro presente, que lo alancea y lo horada apenas. Rilke lo aprehende en la reminiscencia: visibilidad pura, presencia. Lo vivido en el pasado aparece, sin mediación, enriquecido por ese halo invisible, por lo puramente presentido.
Y, en un arte de la ilusión, i. e., de la paranoia, proyectamos (proyecta Rilke) un futuro así: cambiaré, seré dueño de mi vida; en lo por venir, habré de sentir lo (no-)vivido en lo profundo, como ahora (re-)vivo lo que sentí sin saberlo en el tiempo pasado.
Pero no cabe tal. Porque la reminiscencia (que no es recuerdo: el recuerdo es también mera vivencia) acrecienta en realidad el peso: el pasado se apresenta como tal pasado: sólo cabe nostalgia, "dolor del regreso" imposible. No cabe engaño.
Y así es.

Thursday, November 30, 2006

" I
Decir sin ser
Dicho
Y mirarte
Cuando no estás

Cíclope o
Agrimensor, cuestión
de Geometrías.

II
Reválida en las rocas
Hielo sin ideas

Protestar en dineros imaginados
Aquella religión

Yo sólo noches de espera
Al borde de un vaso
Un poco de amargura
Nada más"


De quien sea, a quien sea (ya casi nunca cito).

Thursday, August 31, 2006

Es extraño y precioso observar la "expropiación" del espacio por el espacio mismo; por el tiempo que le pasa al espacio.
Como regresar al cabo de los años a una ciudad intensidamente vivida. O al jardín del abuelo.
Nos lo han quitado, el tiempo lo obró. Odiemos, pues, una vez más, al tiempo.
Y sin embargo, a pesar de todo, y todo equivale aquí a que ya no nos es propio en su identidad primigenia, sigue siendo nuestro, aunque en un "régimen" de propiedad muy distinto a aquél que, entre otros, Locke pregonaba como natural (y que aún muchos doctos ineptos tratan como tal, sin notar que la palabra se les pudre antes de salir de su boca, de sus dedos).
Y es dar vueltas a lo mismo, que es lo otro.
Pero basta de chácharas. Vine sólo a reir, otra vez con, quizá, el único que no provoca la sensación de estar perdiendo el tiempo.
"No hay estudiantillo que, al salir del colegio, no haya soñado con ser el más desdichado de los hombres, que a los dieiséis años no haya malgastado su vida, que no se haya creído atormentado por su genio, que en el abismo de sus pensamientos no se haya entregado a la oleada de sus pasiones, que no se haya golpeado su frente pálida y desmelenada, que no haya asombrado a los hombres estupefactos con una desgracia de la que no conoce ni el nombre, ni ellos tampoco".

Quienes no hayan encontrado en esta serie de signos algo así como un espejo, miren a su alrededor (lean) y rían conmigo. A los otros: no se preocupen, pasará.

Tuesday, March 28, 2006

En estos tiempos postpostistas, postodo, el tiempo de la hipertrofia de la conciencia a través de la información y la imagen (¿hay que hablar siempre con tópicos?), de la muerte y putrefacción, ya, de la idea vanguardista de novedad, de originalidad, se plantea uno siempre lo mismo: ¿hay que hablar? ¿es estético, es ético seguir hablando? ¿no será más digno callar, guardar un silencio infinito? Callar, y leer, y asentir.
Así pienso leyendo a Chateaubriand, otra vez. Dice: "Pastor o rey, ¿qué habría hecho de mi cetro o de mi cayado? Me habría cansado por igual de la gloria y del genio, del trabajo y del tiempo de ocio, de la felicidad y del infortunio. Todo me aburre: arrastro con esfuerzo mi hastío con mis días, y por todas partes mi vida es un bostezo".
Callar y asentir.

Monday, March 13, 2006

Otra vez lo mismo, dar vueltas a lo mismo, lo mismo, lo mismo de lo mismo. Dando vueltas. ¿Cómo llegarían los griegos a pensar que lo esférico es perfecto? Es inconcebible para la “weltalter” actual. Al menos como yo me la figuro. El círculo es el perfecto aburrimiento. Sin embargo los griegos no eran gente aburrida.

Y está aquí Uno asqueado de su círculo, de su mismo círculo. Pasa el mismo día, otra vez. Satisfecho de ser hombre (“aner”, varón), de aplacar todo sentimiento demasiado fácil, demasiado accesible, odio llorar, y odio hablar de llorar. Pero a veces lloro, y a quién le importa, y a veces me hablo a mí mismo de mis llantos, ni a mí me importa. Maldito círculo mío.

Pendiendo de un hilo. Pero, y el hilo, ¿de dónde pende? De nada pende, de ningún sitio pende, más que de las esperanzas propias y ajenas, sobre todo de las ajenas, porque las propias son eco potente del otro, bañadas en el agua del temor del incumplimiento. Largo me lo fiáis, doña Esperanza; más cerca, en cambio, siento la presencia, el horror del inminente fracaso. La Mirada, refractada en los cientos de ojos que mirarán mi derrota, mezcla de reproche y lástima.

Y el previsible producto de esa mezcla futura es lo que configura, en fin, mi ficticio presente, el odioso círculo.

Thursday, February 23, 2006

Por esta vez, permitidme que despliegue un placer del Ego propio a través de una cita. Se trata del maestro Bueno, otra vez:

“[La razón para publicar las caricaturas que representan a Mahoma es] una razón que tiene mucho que ver con los debates sobre el iconoclasmo y que afecta a la base misma de nuestra civilización racionalista. Pues no se trataría en este caso, por parte de los artistas daneses, o europeos en general, de reivindicar una libertad-de, sino de reivindicar una libertad-para dibujar o representar cualquiera de las realidades o morfologías de nuestro mundo, como única forma de lograr entenderlo («nada puedo entender, decía Lord Kelvin, si no puedo dibujarlo»). Por ello, no puedo entender como verdadero al decaedro regular ni tampoco al Acto Puro, precisamente porque no puedo representarlo, ni en dos ni en tres dimensiones.”

“Si Mahoma existió realmente como hombre, debe poder ser representado, y el tabú de su representación es mero oscurantismo, inadmisible de todo punto.”

“Aquí no caben cuestiones de respeto, menos aún de veneración o de cualquier otra cosa. Sencillamente quien se niega a que sean representadas las figuras en las que él dice creer, habrá de ser visto como un peligroso oscurantista que hace imposible su integración en la única civilización existente.”

Aquí viene el arte masturbatorio; copio lo que, en el lenguaje que me tiene, afirmaba yo poco antes: hay maldad, al menos, en el texto que destruye la posibilidad de todo texto, de todo “logos” textual. Es el mal la anti-humana construcción que prohíbe la posibilidad de lenguaje, que lo ocluye en el absoluto innombrable.

Perdón.

Saturday, February 11, 2006


Y en un gesto, nace un Mundo y muere. O mejor, en quiasmo: nace muerto.

Amar es imposible. Buscar en el Otro algo que ni siquiera el sabe, que ni siquiera el tiene. Y no buscamos por el puro placer que reporta la búsqueda; buscamos para poseer ese algo que el Otro no tiene, porque ese algo en realidad es lo que tiene al Otro, lo que lo sostiene apenas al borde del vacío del existir. Es un secreto incognoscible, para él más que para nadie.

Entre tanto, despliegues de repeticiones, estrategias de repetición que, creemos, nos aseguran una convivencia real, nueva, originaria. En la esperanza de no ser como los otros, repetimos gestos y palabras, tramos de simbolicidad que llenan el vacío de lo buscado inencontrable. Compulsión, muerte al fondo.



Pasillos vacíos, desacuerdos. La belleza, ¿salva algo?

Antes, cuando alguien tenía un secreto, subía a un monte y buscaba un árbol. Hacía un agujero en el tronco, y le susurraba el secreto. Después lo tapaba con barro. Así, se deshacía del secreto, de la pesantez del secreto.

Pero el secreto no dice Nada.

Thursday, February 09, 2006

Hoy toca "sin miedo" (dibujos publicados originalmente en el periódico "Jyllands-Posten"):





















































"
Hay sabios que sostienen que se debe dejar que el pueblo tenga supersticiones, como a los niños les dejan los andadores, porque en todos los tiempos es aficionado a los prodigios" Diccionario filosófico, Voltaire. Entrada "Superstición I".
"El supersticioso es al bribón lo que el esclavo es al tirano. El supersticioso se deja gobernar por el fanático y acaba por serlo también." Ibid., entrada "Superstición III".

Sunday, February 05, 2006

“¿Qué dirán ahora?”, me preguntaba, creyendo que podía hacer sentido con esa pregunta. Como si no supiera de antemano la respuesta. Dirán tolerancia, dirán multiculturalismo. Dirán todas sus mentiras.

Mientras, lo que nació en Grecia hace más de dos mil años agoniza ahora. Extirpada la Razón, nos rendimos a la barbarie de lo sagrado. Con Diós no cabe “logos”, sólo sumisión de muerte al lugar vacío que ocupa. Agujero negro, atrae vida, se nutre de vida que se entrega sin razón.

“No hay textos que incluyan maldad; son los hombres los que introducen maldad con sus lecturas”, dice el vendido relativismo. Protesto: hay maldad, al menos, en el texto que destruye la posibilidad de todo texto, de todo “logos” textual. Es el mal la anti-humana construcción que prohíbe la posibilidad de lenguaje.

Toleremos el Mal.

Wednesday, January 25, 2006

Escribo.

Descartes decía: pienso. Y era falso: escribía. Tal vez escribir sea pensar, pero entonces hemos roto la inmediatez del pensar que había de conducirnos al ser.

Escribo.

Foucault decía: hablo. Y ya no buscaba inmediatez alguna, ni certeza primaria. Pero no hablaba, escribía. Mentía, por tanto. Mentía, cierto, con la medida geometría de la ficción de la escritura que busca la escisión. Buscaba, lo sabemos, la dispersión del lenguaje en la “desnudez” del “hablo”, la desaparición del Yo (del Yo del “Yo pienso”) en la exterioridad del lenguaje “bruto” que se abre en el hecho solo del “hablo”.

Sin embargo, el “escribo” despliega una verdad simple y llana que apenas se advierte. Escribo y digo que escribo, aparente autorreferencia de la escritura. Autorreferencia primera ante la que hay que ponerse en guardia: no es del texto al texto, sino del “escribo” a la “escritura”. Es el ejercicio del tiempo en el pensar de la escritura, es su manifestación primera.

No tan oscuro: hay en el “escribo” la apertura del tiempo que aparece en la experiencia de la escritura. Más acá de la verdad o falsedad de ésta, testimonia la “obturación” del tiempo en el pensar ejercido en la inscripción de todo texto.

Como la flecha representa al tiempo precisamente por ejercerlo en el moverse de la tiza a través de la pizarra, así el “escribo” representa la construcción de la escritura, porque la ejerce. Y en esta simpleza reside la riqueza del “escribo”, su potencia de representación, que la hace inscripción primera de toda literatura.

Saturday, January 14, 2006

Busco el exorcismo en la escritura.
Creamos máquinas de muerte. Les ponemos nombre: ejército. Tanques, bombas nucleares. Es básico, elemental. Yo no me quejo, nunca me quejo de lo necesario.
Creamos máquinas de muerte. Les ponemos nombre: ocio, diversión. Un hombre montado en dos ruedas, nada más, trescientos kilométros a la hora. Una gozada, la ciencia. También es básico, esto funciona así, no se puede decir que sean superfluas (superestructurales, se decía antes) las válvulas de la sociedad.
No me quejo, por tanto, tampoco. Pero duele. Miles de máquinas de muerte se reunen a disfrutar de su condición. Una comunidad, una way of living. Pero está ahí delante, ciento ochenta, doscientos, y qué importa, y sale volando, quizá cien, quizá doscientos metros, y qué importa, y la máquina de muerte, antes impoluta, aparece, muestra sus partes pudendas, hierros humeantes que matan. Ellos lo sabían ya (no cabe, por tanto, moralizar, no es eso), lo siguen sabiendo, se lo acaban de recordar. Sin embargo, nobleza obliga, lo que queda de vida sigue. Navigare necesse, vivere non necesse.
Pero imagino la escena, conocida, siempre repetida: máquinas de la muerte avanzan en la oscuridad; ellos portan antorchas. Danza de la muerte.

Thursday, January 12, 2006

Con las entrañas rasgadas, aquí-ahora, pienso: vida es guerra. En realidad siempre lo ha sido, vida fue siempre, y será siempre lucha a muerte de fuerzas enfrentadas. Intensidades, cuerpos, máquinas de guerra, si nos aliamos es para ser más fuertes en la lucha contra otras intensidades, otros cuerpos, otras máquinas. Sin sentido, sin telos, sólo mantener el combate encendido.

No hay pesimismo en lo afirmado, porque no hay bien ni mal, sólo guerra. De otro modo: decir que no hay teleología, ni inmanente ni trascendente, es negarse a aceptar otro criterio que la pura superficie de la potencia. Es desterrar el dualismo dentro/fuera. Identificar, si se quiere, Ego y Mundo (obsérvese que “identificar” es una operación, un juego de guerra, por tanto, no algo que represente un “hecho”, un “dato”, algo que a duras penas puede una proposición representar), en Umstülpung kantiana, porque la conciencia no es ya matriz de nada.

La conciencia: una multiplicidad de intensidades. Una arquitectura de fuerzas, una estratificación, siempre que se acepte que, como no había telos en la potencia, no hay tampoco arché en esta estratificación peculiar que es la conciencia, no hay preeminencia entre las franjas, sólo pluralidad salvaje, que ofrece testimonio (pero no como un espejo, sino como un ejercicio) de la pluralidad salvaje del propio Mundo. Muerto, el Mundo, muerto el Ego, ¿qué queda? Pluralidad, sólo.

Tuesday, January 10, 2006

Hablemos (escribamos), más, de simulacros: el lenguaje y la escritura.

El lenguaje. Estamos hartos, ahítos de lenguaje. Somos sistemas de lenguaje: habitus, surcos de lenguaje abiertos a fuego en nuestras carnes.

La escritura, el que escribe: el mito del folio en blanco.

Mito confusionario, oscurantista, mito falso. Los folios siempre están llenos, rebosan, ahí está el Lenguaje, todo, en cada gesto, en cada intento. Lo sabemos todos. En eso que convencionalmente llamamos “pensamiento”, digo, en un solo pensamiento, en ese Instante (y valga la ficción)

“bonitos-ojos-examen-próxima-parada-suspendo... baje-conmigo-quizá-suspendo-adiós-suspendo-seguro”

hay innumerables palabras, incontables, en sentido estricto, ahí está el Lenguaje como parte total.

Se trata, por tanto, no de llenar, sino de desbrozar, de desnudar el Lenguaje; sobre todo, hay que deshacerse de lo esencial, porque lo esencial lo conocemos todos ya, para eso nos han educado.

Y lo que torpemente escribo yo, lo (des)escribieron otros ya, infinitamente mejor:

De pie, en la sombra

de la estela de heridas, en el aire.

De pie-para-nadie-y-para-nada.

No reconocido,

para tí

solo.

Con todo lo que tiene espacio ahí,

incluso sin

lenguaje.

Celan, por supuesto. Y eso es escribir: estar de pie, resistir (stehen), para que “sea preservado un signo llevado por lo oscuro”, un signo que abra ese inmenso espacio del “incluso sin lenguaje”: que el Lenguaje se suicide a través de uno.

Tuesday, January 03, 2006

Leo en Derrida:

«Une singularité est par essence au secret. Maintenant, il y a peut-être un devoir éthique et politique à respecter le secret, un certain droit à un certain secret. La vocation totalitaire se manifeste dès que ce respect se perd.»

Y recuerdo la publicidad gubernamental: una señorita habla, en una conversación que quiere parecer informal, de lo infinitamente improcedente que, a su juicio, es la ley antitabaco. Bla, bla, bla. Voz en off, terriblemente cercana, sólo el mejor amigo de uno podría tener esa voz: “dentro de ti sabes que…”; y, maravillas de la técnica, al tiempo que la voz amiga despliega su poder fascinante, la carne se hace transparente, vemos el interior (no la interioridad agustiniana, no: la pura casquería) del cuerpo de la mujer beligerantemente fumadora, su corazón, sus pulmones, en camino acelerado hacia la putrefacción definitiva.

Escalofrío. En mi espalda, en mis pulmones, en mi corazón. El poder totalitario, bajo la voz del amigo: sabe lo que yo sé, sabe lo que tengo dentro de mí, controla mi “materia primera”, esta carne y estos huesos, Aristóteles, tanto como controla mi saber (que es mi poder) sobre mí mismo. No hay secretos para un poder despótico que se ha vestido, no ya de tu Padre, sino de tu mejor amigo. Y el que, complaciente, no se enfrenta a ese poder, no otro nombre puede recibir: es un esclavo.

Saturday, December 31, 2005

Tiempo del límite, trato de pensarme en el límite de mi tiempo.

Pero es que, pienso, es fácil odiarse cuando está uno solo. Sobre todo con cuatro lecturas. El yo es odioso, el tiempo es el Mal. No se trata de odiarse por ser yo-y-no-otro, por haber acumulado estas vivencias tan pobres y no otras que hubieran sido (imaginamos) maravillosas, sino precisamente por tener que remitir el tiempo a un yo, un yo cuyas vivencias, si acaban acumulándose, es gracias a su esencial pobreza. Todas.

El tiempo es el Mal. Y tener mordidas las entretelas a los veintitantos es crimen de lesa humanidad. Con veintitantos hay que hacer revoluciones a diario, no más; perder el Mal, el tiempo, el Mal.

Mi padre, si queréis, el Padre, esa disyunción filosófica: perder el tiempo o ganarse la vida. O lo uno o lo otro. Aut...aut. Pero el tiempo se pierde siempre, es un puro acto sin potencia. Y la vida no acaba nunca de ganarse, queda siempre en el "todavía no...". ¿Cuándo?
Perdiendo el tiempo, otra vez. El Padre, ese Imperativo Categórico, el único en realidad. ¿Verdad, Freud?

Pero es justo al revés, con veintitantos ya no, pero todavía... El jodido quiasmo de la nada: ya no vives: recuerdas; ya no anticipas: temes. Y no es el rumor inquietante, el horror impersonal del insomnio. Es el asco que vomitas a borbotones, bien tuyo, aunque de un "tuyo" inmemorial.

"Sí, pero hay Experiencias". Claro. Desde luego.
Está el Amor.
Está la Belleza.
Está el Sueño.
Está la Droga.
Está la Locura.
Malditas reconciliaciones, echar leña al fuego. Síntesis postergadas del Deseo. Imposibles, por tanto, necesarias. Ni el mismísimo Tertuliano.

¿Qué queda, después de todo? Queda la apuesta, apuesta pura pre-ética, porque no cabe la esperanza, porque es pura supervivencia. Y la apuesta indica, sugiere; erige la apertura a la futura vivencia. La Ley. Lo sabemos todos: es el ortograma de la conciencia. Pero es necesario saberlo sin engaños: es apuesta, si se quiere, ontológica, ni psicologías ni teologías, ni miedos ni esperanzas.
Y ese es el enigma (apertura sin esperanza) y no hay más. Ahí se dispersan los amigos, el atardecer, el orgasmo, el vino y las lágrimas, la matriz ilocalizable, porque inexistente, del Deseo.


Vuelta, por favor, a la vida, a la de verdad, a la más falsa, por tanto. Porque el "hallazgo" es bien poco académico: el error metafísico tiene profundas raíces mundanas, sólo hay que tirar del hilo. La ilusión vital: te amaré siempre. Imprudencias del lenguaje.

Wednesday, December 28, 2005

La "democratización" de la escritura, otra vez. Una pena señores. Sobre todo, sin la razonable y exigible "democratización" de la lectura. Pero leer es trabajo del alma, trabajo forzoso, trabajo forzado, y escribir es placer del Ego que no sale de sí, si no se sabe. El caso es que no se sabe. Luego no se sale del Ego. Silogismo perfecto. Y triste. Y un poco asqueroso. Pero perfecto.

Está todo dicho, ya, pero por mímesis esclava, algo más: sobre los estilos que exputa la "democratización" de la escritura. En realidad el estilo. Etiqueta: prosa poética (a veces, "poesía poética", valga la broma). Tras la etiqueta: no sabemos ni qué decir, ni decir. ¿Solución? Imitar lo que diríamos si supiéramos decir lo que querríamos decir. Imitar la pura nada para no decir nada; juntar imágenes "potentes" que ciegan hasta el punto de quedarnos anclados en su oscuridad. Ni una sola palabra desnuda. Surrealismo sin sueños de una realidad depauperada: una imagen-un concepto, una imagen-un concepto...
Desde Kant, al menos, la Experiencia es ohne begriff.
Pero (claro), ¿quién es Kant?


Bacon y Rothko, la impura Separación de lo Mismo. Opuestos, o mejor, yuxtapuestos, absueltos.

Bacon es el Cuerpo sin espacio previo. En Bacon asistimos a la factura del cuerpo, el cuerpo in fieri antes de todo espacio.

No, bien lo sabemos ya, Bacon no representa, ni siquiera presenta la trasposición de la interioridad del cuerpo en su aspecto externo, no metaforiza alguna supuesta “inquietud trascendental” (absurdo, angustia) de los adentros a través de la distorsión de la exterioridad del cuerpo. Porque lo que acontece en Bacon es la pura expresión de la apertura, de la exterioridad del cuerpo, sin un “adentro” correlativo, el aparecer del espacio por el cuerpo sin que haya espacio aparecido alguno.

En Bacon un ojo es un cuerpo. Un brazo es un cuerpo.

No, tampoco, porque la parte represente al todo. No es un micro-cosmos. Porque no hay kosmos, no hay taxis. Multiplicidad, sólo. Un brazo es un cuerpo, porque en el aparecer del espacio no hay todo, sino apertura.

Rothko, por el contrario, es el puro afuera que busca la raíz, apenas, de una Subjetividad en la que engarzar. Ojo: la raíz. No el núcleo, no la forma. La raíz, la(s) pura(s) sensación(es) plurales de un Mundo que nace al tiempo que aquél a quien se aparece, siendo este aquél una pura nada fuera del aparecer.

Sabemos, también: Rothko nada tiene que ver con abstracciones. Es la pura “concretud” de un fenómeno emergente. Fenómeno en el más estricto sentido: lo que se destaca de un fondo, siendo aquí el fondo la Nada-de-Objeto, lo que nunca está dado ni puede estarlo. Fenómeno, en rigurosa tradición platónica, se opone a esencia, siendo necesariamente la esencia lo abstracto.

Lo Mismo, por tanto, Separado por el infinito de los Mundos plurales que hacen aparecer, en el murmullo inaudible de lo que, apenas sospechado, acontece a nuestras espaldas.

Friday, December 23, 2005

Escritos cuasi viejos, ya (octubre, noviembre).

Sólo una breve reflexión sobre el eclipse: la no-luz, la luz negra que cubrió de repente todas las cosas, de un lengüetazo, hablaba de las profundidades también negras del alma. Me parece del todo lógico que en la antigüedad los eclipses se tuvieran por algo temible: con esa luz cualquiera podría haberse convertido en un asesino.

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Se diría que nos habíamos olvidado, por estos parajes nuestros, de lo que es la lluvia. Y es que hacía tiempo, pero tiempo de verdad, que no veíamos descargar con ganas, que no nos veíamos envueltos en esta luz gris, oscura de los días en que llueve continuamente.

Pero el efecto terrible de esta rentrée de la lluvia no sé si se habrá percibido. Las primeras lluvias, cuando ha ya tiempo que la tierra no recibe gota de humedad, provocan uno de los olores más horrendos que se puede percibir. Un olor acre, como el del cadáver del borrachín que es encontrado en su habitación, semanas después de su muerte, con su cuerpo-vino en descomposición. Es como si la tierra se hubiera recubierto de sucesivas telillas invisibles, telillas de nuestros silencios y nuestras mentiras, telillas hediondas que salen a la luz con estas primeras lluvias.

Pero después es una gozada, un placer inmenso regodearse en la tristeza y la inactividad de un buen día de lluvia, leyendo algo desesperanzador a la luz de la candela tecnológica, o simplemente fumando junto a la ventana, observando esos montes tan falsos, envueltos en la neblina que producen las infinitas gotas de lluvia que nos separan.

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Marchó Octubre y se quedó ya el frío y la lluvia, una lluvia impenitente, gozosa.

A la gente le molesta que llueva. La ducha es la felicidad del borrego del siglo veinte, como dice el maestro Bueno, y en cambio la lluvia es el impedimento absoluto de la civilización. ¡Qué discriminaciones para el pobre agua, tan (o tan poco) traída y llevada en estos tiempos!

En cambio a mí me resulta delicioso aquél frío que te corta la cara, que te acribilla, esos días en que llueve y hace viento, como está sucediendo últimamente. Cientos de pequeños alfileres inofensivos que hacen que sintamos el rostro levemente adormecido, como si no fuera nuestro. Así, con bien poquito, alcanzar una de las metas del veinte: la otreidad, y no cualquiera, sino la otreidad en sentido propio: la otreidad del rostro.

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Realmente lo consigue, con sus escritos, Albiac, hiela la sangre. Al menos a todo aquél que no sea un pánfilo.

Aún con la calefacción bien regulada, me entran escalofríos mientras leo, por ejemplo su “Desde la incertidumbre”, sus disquisiciones sobre el mal como lo trivial, su radicalismo “anti-árquico”, que no anárquico, no nos engañemos, porque Albiac sabe (lo ha vivido “leibhaft”), como buen spinozista, que no hay lugar para la ficción de la utopía, continentes de la esperanza, pura teología.

Y se le hiela la sangre a uno, también, con su localización del poder como estrato que se erige siempre sobre el abismo del despotismo, de ese mal tan trivial, tan conocido, y cuyo olvido pactado llamamos hoy democracia.

Los adalides de lo políticamente correcto de hoy día se han apresurado a exorcizar la anomalía del pensamiento que representa Albiac en el panorama "intelectual" con su sarta de etiquetas: se trata, sin duda, de un “neocons”, un liberal radical de nueva hornada, un vendido, en fin. Y no han entendido nada. Seguramente, tampoco lo han intentado. Porque para Albiac el sujeto no es punto de partida; ni siquiera es un lugar de consistencia. “Je est une autre”. El yo como nódulo de significatividades producidas por lo Otro. Una función construída. Una ficción necesaria.

Pero, al fin, lo que quedará, serán los tranquilizantes para mentes pobres. Mejor dejarles.

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Deliciosas coincidencias del lector apasionado, hablaba apenas hace tres días de Albiac, sin saber que estaba, no ya en cocina, sino multiplicado, guardado en grandes cajas de cartón, e incluso montado en camiones, camino de las librerías, su último libro, “Diccionario de adioses”. Leo algunos fragmentos publicados en periódicos, me relamo:

Del correr de años y textos uno acaba por aprender sólo esto: el mucho dolor sólo se dice en la aritmética de una escritura fría. En escritura, la emoción no es nada. Peor que nada: es retórica. Y la retórica regula juegos. La muerte en nada le concierne. El dolor que vocea no es ya dolor; es juego del dolor, representación desactivada, en la cual no hay tragedia, sólo su ceniza. Dolor (o muerte) y retórica se excluyen. Como verdad y ficción. Entretejerlas es jugar a aprendiz de alquimista: mutar piedras preciosas en quincalla muy brillante. Hablo hoy con frialdad, pues que hablo de la muerte. De no poder hacerlo así, me callaría.”

¡Gracias, don Gabriel, por no callar! Gracias, también, por su escritura del silencio, de la muerte, en el sentido subjetivo del genitivo. Y podrán salir los Guardines del Orden, de todos los signos, a tildarle de “nihilista”, y saldrán, sin comprender que el grado sumo de compromiso con el Mundo sólo puede asumirse desde la lucidez del que no espera nada, del que ni ríe ni detesta las “gracietas” (maldita gracia) del Poder Constituyente de subjetividad, sino que, a la luz de la candela de una razón encarnada, finita, trata de entender.

Entiendo al lector. Estas son escrituras de sentido, al menos de búsqueda del mismo, pero siempre del yo para el yo. Cualquiera que lo lea pensará que soy poco menos que un estúpido. Y acertará. Lo que me lleva a pensar, trastocando a Conrad, que escribimos como soñamos, solos. Porque uno sólo puede entender lo realmente asqueroso que resulta el tiempo de uno, porque contarlo, contar lo que ya se sabe, además de evidente e impúdico, es falso. No, no es pretencioso, es falso. Sólo yo puedo entender la trivialidad, la maldad absoluta de mi tiempo, de mi supervivencia a mi tiempo, a este maldito tiempo que no controlamos, que fluye revolucionándose, ni homogéneo ni heterogéneo (el eksaiphnés platónico), sólo tiempo revolucionado de la existencia absurda, de la que no damos razón, la dejamos intacta e ininteligida salvo en la falsedad del recuerdo. Sólo yo (pero, ¿quién es yo?), ni el más cercano en la absoluta distancia de las mónadas puede apenas “imaginar”, por tanto, falsificar, este fluir inasible de sinrazones que es el tiempo de uno. Porque, si hay conexión “intermonádica” (permítaseme la pedantería), es allí donde no hay este tiempo nuestro de los yoes; es, si existe, en el afuera, donde el tiempo es ya otra cosa, y el yo ha borrado sus huellas. Pero el afuera es terriblemente frío, inhóspito. No podemos asentar morada. Con lo cual, vuelvo, el tiempo de los mores es inexpugnable a la mirada del otro. Nadie puede, por tanto, testificar en el nombre de nadie.

Escribimos solos. Vivimos solos, y solos moriremos. Nada esperamos, pues que nada nos será dado vivir en el tiempo. Triste saber.

Releyendo a Rilke:

“Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento

lleno de espacio cósmico nos roe la cara”.

Y es un pensamiento que me atrae, porque estas frías noches otoñales no otra cosa nos hacen sentir, sino eso, un viento gélido que parece venir de los confines del universo, viento que ha eludido la presencia de nuestro cerbero mundano, el sol, para traernos desde aquellos ignotos lugares esta estancia sumamente dolorosa, inhumana: nos roe la cara, o nos la saja. Por no hablar de las reflexiones pascalianas a las que nos lanza, este maldito viento que nos habla de nuestra insignificancia, de los abismos infinitos que nos rodean, ante los cuales la razón sólo encuentra una salida digna: el vómito.

Hay ciertas experiencias paradójicas magistrales. Ejemplo vivido está misma tarde: un largo paseo por estos pinares nuestros, que poca gente sabe apreciar en su diversidad apariencial, quizá sólo los pastores, o la gente que sube a los pinos a recoger sus piñas. El caso es que, tras pasear largamente por el interior de uno de esos pinares tales que no se perciben sus límites, y sin un camino a la vista, uno se siente ciertamente alejado de lo que al hombre respecta. Y si, por casualidad, en esas circunstancias uno oye un ruido propio de lo humano, por ejemplo, un ruido metálico, puedo asegurar que no es miedo, sino puro pavor lo que siente. Una vez fuera de los limes de la madrastra cultura, un ruido humano es “unheimlich”; mi soledad puede encontrarse con otra soledad en medio de un lugar “desterritorializado”, un lugar sin Ley, sin simbolicidad instituida; y en la no-Ley, en los parajes en que habita, todo Otro es temible.

La horrorosa impresión, siempre, de estar viviendo en otra parte, al menos de no estar viviendo en esta parte. Como siempre, no se trata de una reflexión, no, es una preconstitución del estado de la afectividad, un presentimiento trascendental. Aquí, en este espacio reglado de simbolicidad ya establecida, siempre pasan cosas (pocas o muchas), nos pasan, pasamos por ellas, pero la vida está allá, lejos, en otra parte, en ninguna parte, en esa apertura del vivir a lo no vivido, en realidad, a lo no vivible. Pensarlo es domesticarlo, pero pensarlo es fingirlo, falsificarlo por tanto. En cuanto (pre)sentido, es indomable, ese vivir que acechamos, que tratamos de acorralar. Tenemos la impresión, a veces, de que podremos al fin amarrarlo con ambas manos (o lo que es lo mismo, con la Razón). No lo vemos, pero sentimos que está ahí, apenas; presos del delirio cerramos los ojos (¿puede acaso vivirse con los ojos? No, nunca), y, si el terror no hace del cuerpo morada, tratamos de prender… ¿qué? Nada. Estrictamente nada.

Llega la Navidad. Única temporada del año respecto de la cual es absolutamente necesario, perentorio definirse. Es curioso: “no me gusta la Navidad, es pura falsedad”. Esta es una de las aserciones más repetidas en estas fechas. Pocos quedan a los que sí guste la Navidad, conclusión por otra parte obvia, habida cuenta, no del ateísmo, ojalá, sino del laicismo (paganismo con nuevos dioses no reconocidos) imperante.
Pura falsedad. Cómo si quedara algún ámbito de certidumbre en un sistema que nos lanza más allá de la verdad y la falsedad, hacia el fascinante mundo de la imagen. Serán, en todo caso, imágenes especialmente recargadas, melosas, en su contenido material. Pero formalmente se mueven en el idéntico terreno en que discurre eso a lo que aún osamos llamar “nuestra vida”, en aquél estrato en el que lo Otro produce algo que está siempre ya decidido, antes de que podamos siquiera planteárnoslo.