Entiendo al lector. Estas son escrituras de sentido, al menos de búsqueda del mismo, pero siempre del yo para el yo. Cualquiera que lo lea pensará que soy poco menos que un estúpido. Y acertará. Lo que me lleva a pensar, trastocando a Conrad, que escribimos como soñamos, solos. Porque uno sólo puede entender lo realmente asqueroso que resulta el tiempo de uno, porque contarlo, contar lo que ya se sabe, además de evidente e impúdico, es falso. No, no es pretencioso, es falso. Sólo yo puedo entender la trivialidad, la maldad absoluta de mi tiempo, de mi supervivencia a mi tiempo, a este maldito tiempo que no controlamos, que fluye revolucionándose, ni homogéneo ni heterogéneo (el eksaiphnés platónico), sólo tiempo revolucionado de la existencia absurda, de la que no damos razón, la dejamos intacta e ininteligida salvo en la falsedad del recuerdo. Sólo yo (pero, ¿quién es yo?), ni el más cercano en la absoluta distancia de las mónadas puede apenas “imaginar”, por tanto, falsificar, este fluir inasible de sinrazones que es el tiempo de uno. Porque, si hay conexión “intermonádica” (permítaseme la pedantería), es allí donde no hay este tiempo nuestro de los yoes; es, si existe, en el afuera, donde el tiempo es ya otra cosa, y el yo ha borrado sus huellas. Pero el afuera es terriblemente frío, inhóspito. No podemos asentar morada. Con lo cual, vuelvo, el tiempo de los mores es inexpugnable a la mirada del otro. Nadie puede, por tanto, testificar en el nombre de nadie.
Escribimos solos. Vivimos solos, y solos moriremos. Nada esperamos, pues que nada nos será dado vivir en el tiempo. Triste saber.
1 Comments:
Pero el afuera es terriblemente frío, inhóspito. No podemos asentar morada.
Te equivocas. El afuera es, por decir algo que te gusta, donde escribimos. Y no sólo eso, es donde nacemos, vivimos y morimos. Lo que siempre queda, inmóbil, incapaz de ver cómo cambia, como se impregna, es el deseo de un yo.
Sí, de ese yo del que quieres dudar y no consigues olvidarlo te hablo.
Te puedo asegurara que no vivimos sólos, porque no hay nada más feliz que el aburrimiento absoluto de la perfecta soledad. Lo que sentimos cuando estamos con ese némesis que nos impide chocar con el mundo pues todo él nos absorve al sernos imposible abarcarlo. Mientras nos dejamos llevar por la desidia.
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