Otra vez lo mismo, dar vueltas a lo mismo, lo mismo, lo mismo de lo mismo. Dando vueltas. ¿Cómo llegarían los griegos a pensar que lo esférico es perfecto? Es inconcebible para la “weltalter” actual. Al menos como yo me la figuro. El círculo es el perfecto aburrimiento. Sin embargo los griegos no eran gente aburrida.
Y está aquí Uno asqueado de su círculo, de su mismo círculo. Pasa el mismo día, otra vez. Satisfecho de ser hombre (“aner”, varón), de aplacar todo sentimiento demasiado fácil, demasiado accesible, odio llorar, y odio hablar de llorar. Pero a veces lloro, y a quién le importa, y a veces me hablo a mí mismo de mis llantos, ni a mí me importa. Maldito círculo mío.
Pendiendo de un hilo. Pero, y el hilo, ¿de dónde pende? De nada pende, de ningún sitio pende, más que de las esperanzas propias y ajenas, sobre todo de las ajenas, porque las propias son eco potente del otro, bañadas en el agua del temor del incumplimiento. Largo me lo fiáis, doña Esperanza; más cerca, en cambio, siento la presencia, el horror del inminente fracaso. La Mirada, refractada en los cientos de ojos que mirarán mi derrota, mezcla de reproche y lástima.
Y el previsible producto de esa mezcla futura es lo que configura, en fin, mi ficticio presente, el odioso círculo.