Wednesday, January 25, 2006

Escribo.

Descartes decía: pienso. Y era falso: escribía. Tal vez escribir sea pensar, pero entonces hemos roto la inmediatez del pensar que había de conducirnos al ser.

Escribo.

Foucault decía: hablo. Y ya no buscaba inmediatez alguna, ni certeza primaria. Pero no hablaba, escribía. Mentía, por tanto. Mentía, cierto, con la medida geometría de la ficción de la escritura que busca la escisión. Buscaba, lo sabemos, la dispersión del lenguaje en la “desnudez” del “hablo”, la desaparición del Yo (del Yo del “Yo pienso”) en la exterioridad del lenguaje “bruto” que se abre en el hecho solo del “hablo”.

Sin embargo, el “escribo” despliega una verdad simple y llana que apenas se advierte. Escribo y digo que escribo, aparente autorreferencia de la escritura. Autorreferencia primera ante la que hay que ponerse en guardia: no es del texto al texto, sino del “escribo” a la “escritura”. Es el ejercicio del tiempo en el pensar de la escritura, es su manifestación primera.

No tan oscuro: hay en el “escribo” la apertura del tiempo que aparece en la experiencia de la escritura. Más acá de la verdad o falsedad de ésta, testimonia la “obturación” del tiempo en el pensar ejercido en la inscripción de todo texto.

Como la flecha representa al tiempo precisamente por ejercerlo en el moverse de la tiza a través de la pizarra, así el “escribo” representa la construcción de la escritura, porque la ejerce. Y en esta simpleza reside la riqueza del “escribo”, su potencia de representación, que la hace inscripción primera de toda literatura.

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