Thursday, August 31, 2006

Es extraño y precioso observar la "expropiación" del espacio por el espacio mismo; por el tiempo que le pasa al espacio.
Como regresar al cabo de los años a una ciudad intensidamente vivida. O al jardín del abuelo.
Nos lo han quitado, el tiempo lo obró. Odiemos, pues, una vez más, al tiempo.
Y sin embargo, a pesar de todo, y todo equivale aquí a que ya no nos es propio en su identidad primigenia, sigue siendo nuestro, aunque en un "régimen" de propiedad muy distinto a aquél que, entre otros, Locke pregonaba como natural (y que aún muchos doctos ineptos tratan como tal, sin notar que la palabra se les pudre antes de salir de su boca, de sus dedos).
Y es dar vueltas a lo mismo, que es lo otro.
Pero basta de chácharas. Vine sólo a reir, otra vez con, quizá, el único que no provoca la sensación de estar perdiendo el tiempo.
"No hay estudiantillo que, al salir del colegio, no haya soñado con ser el más desdichado de los hombres, que a los dieiséis años no haya malgastado su vida, que no se haya creído atormentado por su genio, que en el abismo de sus pensamientos no se haya entregado a la oleada de sus pasiones, que no se haya golpeado su frente pálida y desmelenada, que no haya asombrado a los hombres estupefactos con una desgracia de la que no conoce ni el nombre, ni ellos tampoco".

Quienes no hayan encontrado en esta serie de signos algo así como un espejo, miren a su alrededor (lean) y rían conmigo. A los otros: no se preocupen, pasará.

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