Leo en Derrida:
«Une singularité est par essence au secret. Maintenant, il y a peut-être un devoir éthique et politique à respecter le secret, un certain droit à un certain secret. La vocation totalitaire se manifeste dès que ce respect se perd.»
Y recuerdo la publicidad gubernamental: una señorita habla, en una conversación que quiere parecer informal, de lo infinitamente improcedente que, a su juicio, es la ley antitabaco. Bla, bla, bla. Voz en off, terriblemente cercana, sólo el mejor amigo de uno podría tener esa voz: “dentro de ti sabes que…”; y, maravillas de la técnica, al tiempo que la voz amiga despliega su poder fascinante, la carne se hace transparente, vemos el interior (no la interioridad agustiniana, no: la pura casquería) del cuerpo de la mujer beligerantemente fumadora, su corazón, sus pulmones, en camino acelerado hacia la putrefacción definitiva.
Escalofrío. En mi espalda, en mis pulmones, en mi corazón. El poder totalitario, bajo la voz del amigo: sabe lo que yo sé, sabe lo que tengo dentro de mí, controla mi “materia primera”, esta carne y estos huesos, Aristóteles, tanto como controla mi saber (que es mi poder) sobre mí mismo. No hay secretos para un poder despótico que se ha vestido, no ya de tu Padre, sino de tu mejor amigo. Y el que, complaciente, no se enfrenta a ese poder, no otro nombre puede recibir: es un esclavo.
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