Thursday, January 12, 2006

Con las entrañas rasgadas, aquí-ahora, pienso: vida es guerra. En realidad siempre lo ha sido, vida fue siempre, y será siempre lucha a muerte de fuerzas enfrentadas. Intensidades, cuerpos, máquinas de guerra, si nos aliamos es para ser más fuertes en la lucha contra otras intensidades, otros cuerpos, otras máquinas. Sin sentido, sin telos, sólo mantener el combate encendido.

No hay pesimismo en lo afirmado, porque no hay bien ni mal, sólo guerra. De otro modo: decir que no hay teleología, ni inmanente ni trascendente, es negarse a aceptar otro criterio que la pura superficie de la potencia. Es desterrar el dualismo dentro/fuera. Identificar, si se quiere, Ego y Mundo (obsérvese que “identificar” es una operación, un juego de guerra, por tanto, no algo que represente un “hecho”, un “dato”, algo que a duras penas puede una proposición representar), en Umstülpung kantiana, porque la conciencia no es ya matriz de nada.

La conciencia: una multiplicidad de intensidades. Una arquitectura de fuerzas, una estratificación, siempre que se acepte que, como no había telos en la potencia, no hay tampoco arché en esta estratificación peculiar que es la conciencia, no hay preeminencia entre las franjas, sólo pluralidad salvaje, que ofrece testimonio (pero no como un espejo, sino como un ejercicio) de la pluralidad salvaje del propio Mundo. Muerto, el Mundo, muerto el Ego, ¿qué queda? Pluralidad, sólo.

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