Busco el exorcismo en la escritura.
Creamos máquinas de muerte. Les ponemos nombre: ejército. Tanques, bombas nucleares. Es básico, elemental. Yo no me quejo, nunca me quejo de lo necesario.
Creamos máquinas de muerte. Les ponemos nombre: ocio, diversión. Un hombre montado en dos ruedas, nada más, trescientos kilométros a la hora. Una gozada, la ciencia. También es básico, esto funciona así, no se puede decir que sean superfluas (superestructurales, se decía antes) las válvulas de la sociedad.
No me quejo, por tanto, tampoco. Pero duele. Miles de máquinas de muerte se reunen a disfrutar de su condición. Una comunidad, una way of living. Pero está ahí delante, ciento ochenta, doscientos, y qué importa, y sale volando, quizá cien, quizá doscientos metros, y qué importa, y la máquina de muerte, antes impoluta, aparece, muestra sus partes pudendas, hierros humeantes que matan. Ellos lo sabían ya (no cabe, por tanto, moralizar, no es eso), lo siguen sabiendo, se lo acaban de recordar. Sin embargo, nobleza obliga, lo que queda de vida sigue. Navigare necesse, vivere non necesse.
Pero imagino la escena, conocida, siempre repetida: máquinas de la muerte avanzan en la oscuridad; ellos portan antorchas. Danza de la muerte.
Creamos máquinas de muerte. Les ponemos nombre: ejército. Tanques, bombas nucleares. Es básico, elemental. Yo no me quejo, nunca me quejo de lo necesario.
Creamos máquinas de muerte. Les ponemos nombre: ocio, diversión. Un hombre montado en dos ruedas, nada más, trescientos kilométros a la hora. Una gozada, la ciencia. También es básico, esto funciona así, no se puede decir que sean superfluas (superestructurales, se decía antes) las válvulas de la sociedad.
No me quejo, por tanto, tampoco. Pero duele. Miles de máquinas de muerte se reunen a disfrutar de su condición. Una comunidad, una way of living. Pero está ahí delante, ciento ochenta, doscientos, y qué importa, y sale volando, quizá cien, quizá doscientos metros, y qué importa, y la máquina de muerte, antes impoluta, aparece, muestra sus partes pudendas, hierros humeantes que matan. Ellos lo sabían ya (no cabe, por tanto, moralizar, no es eso), lo siguen sabiendo, se lo acaban de recordar. Sin embargo, nobleza obliga, lo que queda de vida sigue. Navigare necesse, vivere non necesse.
Pero imagino la escena, conocida, siempre repetida: máquinas de la muerte avanzan en la oscuridad; ellos portan antorchas. Danza de la muerte.
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