Hablemos (escribamos), más, de simulacros: el lenguaje y la escritura.
El lenguaje. Estamos hartos, ahítos de lenguaje. Somos sistemas de lenguaje: habitus, surcos de lenguaje abiertos a fuego en nuestras carnes.
La escritura, el que escribe: el mito del folio en blanco.
Mito confusionario, oscurantista, mito falso. Los folios siempre están llenos, rebosan, ahí está el Lenguaje, todo, en cada gesto, en cada intento. Lo sabemos todos. En eso que convencionalmente llamamos “pensamiento”, digo, en un solo pensamiento, en ese Instante (y valga la ficción)
“bonitos-ojos-examen-próxima-parada-suspendo... baje-conmigo-quizá-suspendo-adiós-suspendo-seguro”
Se trata, por tanto, no de llenar, sino de desbrozar, de desnudar el Lenguaje; sobre todo, hay que deshacerse de lo esencial, porque lo esencial lo conocemos todos ya, para eso nos han educado.
Y lo que torpemente escribo yo, lo (des)escribieron otros ya, infinitamente mejor:
De pie, en la sombra
de la estela de heridas, en el aire.
De pie-para-nadie-y-para-nada.
No reconocido,
para tí
solo.
Con todo lo que tiene espacio ahí,
incluso sin
lenguaje.
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