Sin miedo, sin esperanza.

Wednesday, January 25, 2006

Escribo.

Descartes decía: pienso. Y era falso: escribía. Tal vez escribir sea pensar, pero entonces hemos roto la inmediatez del pensar que había de conducirnos al ser.

Escribo.

Foucault decía: hablo. Y ya no buscaba inmediatez alguna, ni certeza primaria. Pero no hablaba, escribía. Mentía, por tanto. Mentía, cierto, con la medida geometría de la ficción de la escritura que busca la escisión. Buscaba, lo sabemos, la dispersión del lenguaje en la “desnudez” del “hablo”, la desaparición del Yo (del Yo del “Yo pienso”) en la exterioridad del lenguaje “bruto” que se abre en el hecho solo del “hablo”.

Sin embargo, el “escribo” despliega una verdad simple y llana que apenas se advierte. Escribo y digo que escribo, aparente autorreferencia de la escritura. Autorreferencia primera ante la que hay que ponerse en guardia: no es del texto al texto, sino del “escribo” a la “escritura”. Es el ejercicio del tiempo en el pensar de la escritura, es su manifestación primera.

No tan oscuro: hay en el “escribo” la apertura del tiempo que aparece en la experiencia de la escritura. Más acá de la verdad o falsedad de ésta, testimonia la “obturación” del tiempo en el pensar ejercido en la inscripción de todo texto.

Como la flecha representa al tiempo precisamente por ejercerlo en el moverse de la tiza a través de la pizarra, así el “escribo” representa la construcción de la escritura, porque la ejerce. Y en esta simpleza reside la riqueza del “escribo”, su potencia de representación, que la hace inscripción primera de toda literatura.

Saturday, January 14, 2006

Busco el exorcismo en la escritura.
Creamos máquinas de muerte. Les ponemos nombre: ejército. Tanques, bombas nucleares. Es básico, elemental. Yo no me quejo, nunca me quejo de lo necesario.
Creamos máquinas de muerte. Les ponemos nombre: ocio, diversión. Un hombre montado en dos ruedas, nada más, trescientos kilométros a la hora. Una gozada, la ciencia. También es básico, esto funciona así, no se puede decir que sean superfluas (superestructurales, se decía antes) las válvulas de la sociedad.
No me quejo, por tanto, tampoco. Pero duele. Miles de máquinas de muerte se reunen a disfrutar de su condición. Una comunidad, una way of living. Pero está ahí delante, ciento ochenta, doscientos, y qué importa, y sale volando, quizá cien, quizá doscientos metros, y qué importa, y la máquina de muerte, antes impoluta, aparece, muestra sus partes pudendas, hierros humeantes que matan. Ellos lo sabían ya (no cabe, por tanto, moralizar, no es eso), lo siguen sabiendo, se lo acaban de recordar. Sin embargo, nobleza obliga, lo que queda de vida sigue. Navigare necesse, vivere non necesse.
Pero imagino la escena, conocida, siempre repetida: máquinas de la muerte avanzan en la oscuridad; ellos portan antorchas. Danza de la muerte.

Thursday, January 12, 2006

Con las entrañas rasgadas, aquí-ahora, pienso: vida es guerra. En realidad siempre lo ha sido, vida fue siempre, y será siempre lucha a muerte de fuerzas enfrentadas. Intensidades, cuerpos, máquinas de guerra, si nos aliamos es para ser más fuertes en la lucha contra otras intensidades, otros cuerpos, otras máquinas. Sin sentido, sin telos, sólo mantener el combate encendido.

No hay pesimismo en lo afirmado, porque no hay bien ni mal, sólo guerra. De otro modo: decir que no hay teleología, ni inmanente ni trascendente, es negarse a aceptar otro criterio que la pura superficie de la potencia. Es desterrar el dualismo dentro/fuera. Identificar, si se quiere, Ego y Mundo (obsérvese que “identificar” es una operación, un juego de guerra, por tanto, no algo que represente un “hecho”, un “dato”, algo que a duras penas puede una proposición representar), en Umstülpung kantiana, porque la conciencia no es ya matriz de nada.

La conciencia: una multiplicidad de intensidades. Una arquitectura de fuerzas, una estratificación, siempre que se acepte que, como no había telos en la potencia, no hay tampoco arché en esta estratificación peculiar que es la conciencia, no hay preeminencia entre las franjas, sólo pluralidad salvaje, que ofrece testimonio (pero no como un espejo, sino como un ejercicio) de la pluralidad salvaje del propio Mundo. Muerto, el Mundo, muerto el Ego, ¿qué queda? Pluralidad, sólo.

Tuesday, January 10, 2006

Hablemos (escribamos), más, de simulacros: el lenguaje y la escritura.

El lenguaje. Estamos hartos, ahítos de lenguaje. Somos sistemas de lenguaje: habitus, surcos de lenguaje abiertos a fuego en nuestras carnes.

La escritura, el que escribe: el mito del folio en blanco.

Mito confusionario, oscurantista, mito falso. Los folios siempre están llenos, rebosan, ahí está el Lenguaje, todo, en cada gesto, en cada intento. Lo sabemos todos. En eso que convencionalmente llamamos “pensamiento”, digo, en un solo pensamiento, en ese Instante (y valga la ficción)

“bonitos-ojos-examen-próxima-parada-suspendo... baje-conmigo-quizá-suspendo-adiós-suspendo-seguro”

hay innumerables palabras, incontables, en sentido estricto, ahí está el Lenguaje como parte total.

Se trata, por tanto, no de llenar, sino de desbrozar, de desnudar el Lenguaje; sobre todo, hay que deshacerse de lo esencial, porque lo esencial lo conocemos todos ya, para eso nos han educado.

Y lo que torpemente escribo yo, lo (des)escribieron otros ya, infinitamente mejor:

De pie, en la sombra

de la estela de heridas, en el aire.

De pie-para-nadie-y-para-nada.

No reconocido,

para tí

solo.

Con todo lo que tiene espacio ahí,

incluso sin

lenguaje.

Celan, por supuesto. Y eso es escribir: estar de pie, resistir (stehen), para que “sea preservado un signo llevado por lo oscuro”, un signo que abra ese inmenso espacio del “incluso sin lenguaje”: que el Lenguaje se suicide a través de uno.

Tuesday, January 03, 2006

Leo en Derrida:

«Une singularité est par essence au secret. Maintenant, il y a peut-être un devoir éthique et politique à respecter le secret, un certain droit à un certain secret. La vocation totalitaire se manifeste dès que ce respect se perd.»

Y recuerdo la publicidad gubernamental: una señorita habla, en una conversación que quiere parecer informal, de lo infinitamente improcedente que, a su juicio, es la ley antitabaco. Bla, bla, bla. Voz en off, terriblemente cercana, sólo el mejor amigo de uno podría tener esa voz: “dentro de ti sabes que…”; y, maravillas de la técnica, al tiempo que la voz amiga despliega su poder fascinante, la carne se hace transparente, vemos el interior (no la interioridad agustiniana, no: la pura casquería) del cuerpo de la mujer beligerantemente fumadora, su corazón, sus pulmones, en camino acelerado hacia la putrefacción definitiva.

Escalofrío. En mi espalda, en mis pulmones, en mi corazón. El poder totalitario, bajo la voz del amigo: sabe lo que yo sé, sabe lo que tengo dentro de mí, controla mi “materia primera”, esta carne y estos huesos, Aristóteles, tanto como controla mi saber (que es mi poder) sobre mí mismo. No hay secretos para un poder despótico que se ha vestido, no ya de tu Padre, sino de tu mejor amigo. Y el que, complaciente, no se enfrenta a ese poder, no otro nombre puede recibir: es un esclavo.